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Sobre teatro y exilio: cruces entre dos archivos

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Encuentros entre la colección Huellas de Exilio de Arde y el Fondo Documental de los Álbumes Teatrales de Alejandro Sieveking y Bélgica Castro

El Fondo Documental de los Álbumes Teatrales de Alejandro Sieveking y Bélgica Castro fue donado por su propio autor, Alejandro Sieveking, al Archivo de la Escena Teatral de la Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Esto ocurrió en enero del 2020, y fue gracias a la conexión que estableció el creador con la Investigadora teatral y directora de este archivo, María de la Luz Hurtado. 

Desde entonces, Patrizio Gecele, actor e investigador de este fondo, se embarcó en un proyecto enmarcado en el Servicio Nacional del Patrimonio para llevar a cabo la identificación, conservación, digitalización, difusión y activación los veintidós álbumes que conforman el Archivo. De hecho, el 23 de julio recién pasado, inauguraron una exposición digital curada por  María de la Luz Hurtado y Patrizio Gecele, en la web de la Academia Chilena de Bellas Artes, en torno a las memorias y los afectos presentes en los álbumes. Esta perspectiva resulta interesante, ya que fue el mismo Alejandro Sieveking quien realizó la tarea de recortar, componer y conservar infinitos momentos de su vida y obra junto con la de Bélgica Castro. Y es por ello que, cuando nos aproximamos a ellos, recomponemos una historia a partir de los retazos que elles proponen, permitiéndonos indagar en torno a sus trayectorias, circuitos, vínculos, materiales o formas de creación. 

Hoy accedemos a los álbumes pensando también en el Archivo alojado en la plataforma Arde, como la Colección de Sergio Zapata, que contiene varios documentos que dan cuenta de su participación en montajes del Teatro del Ángel. Y particularmente, en esta oportunidad, nos disponemos a explorar los álbumes correspondientes a los años en los que Alejandro archivó su paso por Costa Rica, en relación con la nueva Colección Huellas de Exilio, archivada por LaMAE en esas mismas tierras a propósito de esta investigación. 

Es alucinante la cantidad de críticas y comentarios sobre este importante grupo de chilenes (compuesto también por Lucho Barahona, Carmen Bunster y Sara Astica, por nombrar algunes) que encontramos en el primer álbum de los 10 que registran su exilio en Costa Rica. Uno de ellos se titula “Sieveking premio para Costa Rica” (1975), y leemos sobre la entrega del Primer Lugar de Dramaturgia que ganó Alejandro Sieveking en el concurso Casa de las Américas, por su obra “Pequeños animales abatidos” (1975). Ese titular ya entrega ciertas señales de la recepción de su trabajo en este territorio, donde fueron recibidos con cariño. En 1975, les chilenes llegades a Costa Rica, ya estaban vinculades con el circuito de teatro costarricense desde diferenetes agrupaciones o instituciones teatrales de este país, como el Teatro Universitario, la Compañía Nacional de Teatro, el grupo Arlequín o Tierra Negra. De hecho, a propósito de este premio, Sieveking recibe un telegrama fechado el 8 de febrero de 1975, que dice “Contentos con tenerte aquí, tu premio nos alegra y entusiasma, un abrazo” firmado por la Compañía Nacional de Teatro. Este mismo reconocimiento se visualiza cuando en otro documento encontramos que, establecides en San José de Costa Rica, el Teatro del Ángel tuvo alrededor de 4000 espectadores por función. 

Álbumes Sieveking y Castro, Foto de Chile Escena

Asimismo, rastreamos estos recorridos en los afiches y pasamanos alojados en Huellas de Exilio. En ellos podemos encontrar montajes producidos por el Teatro del Ángel, como La Virgen del puño cerrado (1976) que es una reversión de La Virgen de la manito cerrada (1973);  o Café teatro recién chorreado (1980); pero también otros que fueron realizados por la Compañía Nacional, como La gaviota (1977); o el Teatro Universitario, como Topografía de un Desnudo (1978). En estos documentos reconocemos algunos nombres chilenos (el de Sara Astica, Marcelo Gaete o les mismes Bélgica Castro y Alejandro Sieveking), pero además se nos presentan otros teatristas latinoamericanos: los uruguayos Juver Salcedo y Atahualpa del Cioppo o el argentino Rafeal Sandi, lo que manifiesta cómo el territorio costarricense fue fecundo en el levantamiento de proyectos teatrales, a propósito del entusiasmo de personas jóvenes que buscaban un teatro amplio, que abordaba desde el canon a otro que, en palabras del mismo Atahualpa, era “comprometido con intereses populares”. 

Afiches de la colección Huellas de Exilio

Sobre este mismo punto, en otro recorte de prensa titulado “Teatro: Costa Rica, la Suiza de Centroamérica”, escrito por el director teatral y crítico costarricense José Monleon, se refiere a la presentación de grandes títulos del teatro universal, demostrando, en palabras del crítico “un buen nivel técnico en sus montajes tradicionales”. No obstante, también hay documentos sobre obras como La Margarita (1976) donde una profesora que hace clases al público como si fueran sus estudiantes, presenta un reflejo de la tiranía que aqueja a Latinoamérica; posicionando así la visión de les exiliades en un país donde no había ni ejército ni censura. En otro documento perteneciente a los álbumes, Sieveking también habla de esto (en una entrevista dada en esos años), expresando que se encuentran contentes por el gran movimiento teatral, y el gusto que tienen de trabajar con actores costarricenses. Sin embargo, también es consciente de su incapacidad de volver a Chile por ser partidaries de la Unidad Popular, y cuenta cómo recibían ataques por estar fuera del país, recibiendo comentarios de que se estarían aprovechando de la hospitalidad de otras naciones. 

Cuando nos pusimos a explorar estos vínculos, quedamos impresionades de la importancia que tuvo este grupo de exiliades en el contexto costarricense, donde, como bien dijo Patrizio, “hay calles que tienen teatros con nombres de actores chilenos”. ¿Qué fue lo que generó este movimiento? ¿Qué características de estes chilenes fueron las que calzaron tan bien con este territorio? ¿Qué otros vínculos podemos encontrar gracias a la existencia de estos Archivos? Imaginamos que, en este contexto, la necesidad de encontrarse, crear y compartir preguntas, se vuelve una necesidad vital. Y es esta vitalidad la que se escapa por todas las rendijas que vinculan ambos archivos. Lo bello es cómo estos rastros nos permiten generar nuevas lecturas, no solo sobre las obras en sí, sino también de quiénes trabajaron en estos proyectos y cómo sus diversos caminos se fueron entretejiendo en una búsqueda común. ¿Qué es lo que cuentan? ¿Qué preguntas del presente podemos responder gracias a estos vestigios? Con Patrizio, al menos, nos dispusimos a mirarlas y compartir estos hallazgos.