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“Empecé a comer tierra por otros que querían hablar”: la tierra como guardiana de la memoria en Cometierra (2019) de Dolores Reyes

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El texto que nos comparte Karla Paola Cabrera, investigadora en letras y editora de Perú, es una reelaboración de su ponencia presentada en julio en la 8ª Conferencia Anual de la Asociación de Estudios de la Memoria, realizada en Lima. En este espacio nos encontramos con su lectura de la novela "Cometierra" de la escritora argentina Dolores Reyes, donde este sustrato orgánico es explorado como un 'poderoso archivo de memorias' que metaboliza la injusticia y el dolor. Su texto resuena con la propuesta de Patricia Rico, investigadora mexicana a quien también conocimos durante la conferencia, y convocamos para acompañarnos a sondear las intersecciones entre los archivos y la naturaleza desde las posibilidades que ofrecen la literatura y las artes (ver texto "Remover capas, subvertir restos. Tierra, archivo y memoria en dos obras literarias y artísticas recientes" que también es parte de los contenidos Archivos y Naturaleza).

En 2019, a través de la editorial independiente bonaerense Sigilo, Dolores Reyes publica su primera novela: Cometierra. El título es también el sobrenombre de la protagonista, quien desde un principio muestra una relación muy particular con la tierra: es del color de la tierra, lleva la palabra en el nombre que usa, al tocarla se llena energía y se revitaliza: “El frío de la tierra y la humedad en mis pies me hicieron mejor que cien lavadas de cara” (p. 26) —. Asimismo, tiene una manera muy particular de conectarse con ella, que resulta muy poderosa: la protagonista puede comer tierra, de ahí el nombre, y, al hacerlo, tiene visiones, la tierra le habla. La muchacha, casi como una mediadora, trabaja con la tierra y juntas son capaces de recuperar las memorias de las personas desaparecidas, saber qué les ocurrió y luego encontrarlas. La tierra evita que los desparecidos desaparezcan. La tierra guarda las memorias de todas aquellas personas despreciadas por el sistema, las reconoce, las valora y las iguala. La tierra, materia despreciada pero a la vez fundamental, sirve como guardiana de las memorias de las víctimas de la violencia sistemática en la sociedad del conurbano argentino. La tierra funciona como un poderoso y vivo archivo de memorias.

Son muchos los momentos que revelan la profunda relación entre la protagonista y la tierra, y la manera en la que trabajan juntas para recuperar esas memorias:

"La tierra es fuerte pero me dejó. Cuando empezó a abrirse, apoyé la mano y la cerré. Tierra adentro de mi puño”. (p. 18)

“Sentía que la tierra pasaba de ser una cosa en mi mano a ser algo vivo, tierra amiga en mí, y seguía comiendo”.
(p. 19)

“Nunca me había parecido que lo que hacía fuera adivinar. Adivinar era algo raro, como creer que podía acertar el número de la quiniela. Nada que ver con cerrar los ojos y estar frente a un cuerpo desnudo sobre la tierra”. (p. 26-27)

“La casa no sé. La tierra, abajo de todo eso, era mía”. (p. 56)

“Me frené. Di unos pasos hacia atrás para poder ver de más lejos todo junto: «Podestá es tu tierra»”. (p. 170)

Ante un sistema roto y que no se hace cargo de sus ciudadanos, sino que los desprecia, Cometierra surge como una alternativa, y la tierra como un elemento humanizador que protege, reconoce la particularidad y valora la memoria de cada persona que el sistema permitió desaparecer, como si fuera reemplazable y desechable. Cometierra y la tierra devuelven la humanidad a cada persona robada, desde la ternura y la empatía, afectos que se extienden también a quienes buscan. Cometierra se reconoce en las jóvenes desaparecidas, ella podría ser una de ellas; además se reconoce en las personas desesperadas que buscan a quienes les faltan, pues ella podría estar en esa situación.

“Y cuando la policía dejó de buscarla entre los yuyos y las casitas, al lado del arroyo, la busqué al borde del patio, en la tierra donde paraba sus botas lindas para vernos jugar”.   
(p. 21)

“Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve”. (p. 28)

“Yo la entendía, buscaba a alguien”. (p. 28)

“Me agaché entre las plantas, corrí las hojas enormes, y dejé la botella con las otras para que le hicieran compañía. Había muchas azules. Ningún azul era igual a otro, ninguna tierra tenía el gusto de la tierra de otra botella. No se extraña a un hijo, un hermano, una madre o un amigo igual que a otro. Parecían tumbas brillantes una al lado de la otra”. (p. 61)

“«Soy como ella —me dije—. Sé su nombre y que está viva. Quiero encontrarla. Yo me parezco a María. En los labios, en el pelo, en el color de mi piel está la tierra y está ella: unos ojos que son, para mí, un puntazo en la carne. No voy a dejar que quede ahí, viva y abandonada entre sombras»”. (p. 75)

“Acaricié la tierra, cerré el puño y levanté en mi mano la llave que abría la puerta por la que se habían ido María y tantas chicas, ellas sí hijas queridas de la carne de otra mujer”. (p. 85)

Las memorias que recupera Cometierra en visiones la afectan corporal y emocionalmente. Pueden ser físicamente incómodas, si la memoria recuperada se da en un lugar lleno de sensaciones intensas o extremas. Pueden ser dolorosas, porque muchas veces son escenas crueles y descarnadas, profundamente violentas y gráficas que la conmueven. Pueden ser tristes y traumáticas, como el recuerdo del feminicidio de su madre a manos de su padre, y el sentir y observar sin poder hacer nada, como sucede con su madre, que poco a poco se va; o como el recuerdo de su mejor amiga de la infancia, a quien encuentra en un estado atroz; o el de su profesora de primaria, muy querida y cruelmente arrancada de todos sus planes de vida.

“Miré para abajo buscando tierra pero solo encontré basura que se comía mis zapatillas. Miré hacia adelante, tratando de ver al hombre que se estaba robando el cuerpo de su hijo. Pero la basura se volvía montañas. Se me metía el olor por la nariz como si fuesen avispas furiosas que buscaban la salida en mi cabeza y me hacían doler. Abrí los ojos. Todavía ese olor me lastimaba”. (p. 39)

“La sacudieron. Veo los golpes aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse. Morirte, mamá, y cortarte fresca de nosotros dos”. (p. 14)

“Acaricié la tierra que me daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto duele el aviso de los cuerpos robados”. (p. 85)

“Yo, que nunca lloraba, volví a meter las manos abajo del agua fría. Los ojos me ardían, las manos me quemaban, pero lo peor era la tierra de Ian adentro de mi cuerpo. Todavía quería hablar”. (p. 41)

“yo pensé en la ropa de la Florensia menos rota que su piel, en la Florensia abajo, como estaban las raíces de las plantas de mi terreno y las hormigas tercas recorriendo sus túneles […] Nunca había llorado con los ojos cerrados. Yo veía a la Florensia agusanada como un corazón enfermo, el pelo, una tela de araña vieja desprendiéndose del cráneo. […] Yo pensaba: «¿Tendrá frío la Florensia en la tierra, tan diferente de nadar, de hacerse hace tantos años en la panza caliente de esta mujer?»”.
(p. 55)

La tierra en la novela está rebosante de vida. La naturaleza es fuerte, crece abundante y funciona como aquello que perdura, aquello que estuvo y quedará ahí mientras todo lo demás, las casas, las personas, pasarán. La tierra y lo que está en ella permanece: tanto las plantas como las memorias que esta guarda. La tierra es el lugar que recibe a los cuerpo muertos, como recibió a la madre de Cometierra; a Florensia, su amiga, y a Ana, su maestra. La tierra es celadora de muerte, guardiana de los recuerdos y dadora de vida.

“El pasto andaba invadido de yuyos. El laurel, desbordado, crecía por donde le daba la gana. Tenía mil hijos que, a medida que les pegaba el sol, echaban cuerpo y doblaban el alambre de mi terreno como si fuera cartón”. (p. 53)

“No quería perderla. Pensaba en la seño Ana viva. En la seño Ana riéndose. Entonces cerré el puño tratando de que algo de ella se viniese adentro de mi mano, de mi boca”. (p. 21)

Cometierra empieza a tragar tierra como una forma de resistencia, de rebelarse a lo que le decían, y, por otro lado, para regular sus emociones y asentarse. Sin embargo, muy pronto come tierra para ayudar a otros, conocidos y desconocidos. Con esto, siendo la única esperanza de muchos, adquiere una responsabilidad inmensa. Esta adolescente es la única mediadora para recuperar y entender las memorias que guarda la tierra. El inmenso y vivo archivo solo se puede leer a través de ella y los cuerpos robados son muchísimos. Lo que empieza como una bendición, esta poderosa habilidad, pasa a ser casi una maldición, una responsabilidad pesada, apenas tolerable para una muchacha tan joven.

“Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra es sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo. […] Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron”. (p. 11)

“A veces sentía el peso de todas las botellas juntas que iban transformando mi casa en lo que siempre había odiado, un cementerio de gente que no conocía, un depósito de tierra que hablaba de cuerpos que nunca había visto. Mientras, mamá estaba sola en donde, dicen, descansan los muertos”. (p. 60)

“Me pesaban más que nunca. Todas juntas me cansaban. Sentía todas las botellas apilándose en mí. El mundo debía ser más grande de lo que siempre había creído para que pudiera desaparecer tanta gente”. (p. 61)

“La tierra era el veneno necesario para viajar hasta el cuerpo de María y yo tenía que llegar”.
(p. 73)

Dolores Reyes, ante la violencia sistemática, cruel, mordaz y selectiva de la sociedad, propone a la tierra como un consuelo, una guardiana, un archivo de memorias, y a Cometierra como una mediadora a través de cuyas visiones las personas desechadas vuelven a hacerse humanas, pueden llorarse y valorarse en su particularidad irremplazable. Ambas, desde la empatía y la ternura, responden a los deudos sobrevivientes como el Estado es incapaz de hacerlo. De esta manera, la tierra ofrece una posibilidad de justicia, enfocada en la recuperación de las voces silenciadas y el reconocimiento de las vidas arrebatadas, permitiendo un rescate, una explicación y/o un cierre para quienes buscan incansablemente.

Por Karla Paola Cabrera

Karla Paola Cabrera Acuña (Lima, Perú, 1998). Master of Arts en Estudios Literarios por la Universidad de Ámsterdam. Doctoranda en Estudios Literarios en la Universidad Leiden. Licenciada en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Editora en la editorial feminista Gafas Moradas y miembro del Grupo de Investigación en Literatura Hispanoamericana Contemporánea PUCP. Investiga en literatura fantástica, narrativa latinoamericana y estudios de género. Obtuvo la Beca Fundación BBVA en 2019 y el Premio de Apoyo a la Investigación PUCP 2021. Fue finalista del VII Concurso de Microrrelatos de la Amnistía Internacional Madrid en 2020. Publicó artículos académicos en las revistas Publicaciones De La Asociación Argentina De Humanidades Digitales, Zur y Espinela, y microrrelatos y cuento en la revista Primera Página.

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A propósito del texto de Karla, buscamos entrevistas a Dolores Reyes en la web y encontramos esta, donde profundiza en Cometierra:

«Dejamos una huella en la tierra que habitamos, y por eso la tierra nos conoce. No es cualquier tierra, sino la que habitamos y pisamos. Nos conoce por esta relación; es un principio de conocimiento de nosotros mismos.» Dolores Reyes

Con esta idea fascinante de la tierra como archivo, llegamos también al trabajo del fotógrafo colombiano Carlos Saavedra y su serie Madres Terra (2014), en el que retrata a madres de desaparecidos en Colombia enterradas (caso de falsos positivos). Utilizamos una de estas fotos como portada de esta entrada:

En relación a este contenido recomendamos el texto «Remover capas, subvertir restos. Tierra, archivo y memoria en dos obras literarias y artísticas recientes» de la mexicana Patricia Rico. Ambos textos fueron escritos y presentados en el contexto de la 8ª Conferencia Anual de la Asociación de Estudios de la Memoria, realizada en Lima-Perú.