I. LIBERTAD
Cuando chica mi panorama favorito era ir al supermercado con la tía Mónica. Esto significaba ponerme mi cartera naranja con flores, caminar de la mano con ella, sentarnos en la plaza a contemplar el viento en silencio y comer calugas de chocolate mientras ella comía higos de los árboles. En ese pedacito de silencio yo me sentía libre, me gusta sentirme libre.
Me cuesta el reconocimiento, pero me gusta, solo que me cuesta. Cuando me aplauden o alguien me felicita por mi trabajo me pongo entre incómoda y feliz. Hace poco aprendí a decir gracias en vez de solo una sonrisa incómoda con la cara roja. Hace unos meses ronda por mi cabeza la pregunta ¿Qué pasaría ahora si de niña hubiera tenido más referentes femeninos? ¿Si hubiera visto a más mujeres artistas en la televisión? ¿Si hubiera escuchado a más mujeres en la radio? ¿Tendría menos vergüenza?
A Maha Vial la conocí a través de su performance Fuerza Bruta (2019). Al verla quedé totalmente impactada con su imagen. Veo a una mujer que podría tener la edad de mi madre dándose el tiempo para sentir cada palabra en su cuerpo, en su voz, lanzándose al vacío de la experiencia escénica. En un mundo dominado por imágenes masculinas hegemónicas me topo con Maha Vial arrugando papeles, esparciendo su emoción a quién la ve, entregando piedras como si fuese un cuerpo. Veo una mujer sintiendo desde sus vísceras, sacando el alma a través de la poesía y todo esto de manera pública. En Maha Vial veo libertad.
II. RABIA
“Había ido tanteando a ciegas, había cerrado a cada paso la respiración. Un, dos, tres, cuatro. Botar. Un, dos, tres, cuatro. Había mirado hacia atrás, hacia adelante. Por si la seguían, por si alguien montaba en cólera y la mataba o en el peor de los casos, la violaba”, recita Cristina Gallardo en el homenaje realizado el 2021 a Maha Vial titulado Vida de bruta. El poema lleva como nombre “Lugar del pretérito imperfecto” y forma parte de su libro Territorio Cercado.
Al dolor cuesta cobijarlo. Al dolor cuesta darle espacio. Al dolor cuesta ponerle nombre. Yo hace poco puedo decir disociación, pensamientos intrusivos, pesadillas. Las mujeres somos más propensas que los hombres a sufrir trastorno de estrés postraumático por violencia sexual.
Este año me he permitido sentir rabia. Me he permitido golpear tachos, hacer ruido, gritar desde la guata como lo hace Maha. Un día en medio de clases me empezó a subir la rabia al cuerpo. Le pregunté a un compañero si es que tenía una pelota para poder tirarla a la pared, nada. Estaba desesperada porque necesitaba pegarle a algo para no pegarle a alguien. Me escabullí de clases y caminé hacia la pista que hay en el campus para correr. Eran las diez de la mañana, había un grupo de cuatro personas conversando y un guardia. Yo no estaba con ropa deportiva. Comencé a caminar por la pista con duda porque me daba vergüenza que pensaran que estaba loca, hasta que me dije ¿Qué es lo peor que podría pasar? Di una respiración honda y con decisión comencé a correr fuerte hasta que me cansé y me tiré al suelo con los brazos abiertos. Me sentí viva, me sentí libre.
III. AQUÍ ESTOY
Hola, aquí estoy. Soy mujer, sistematizo, estudio, trabajo, gestiono, planifico, calculo, comunico, raciocinio, organizo, manifiesto, concreto, gesto y creo igual que tú. Soy capaz, igual que tú. Aún así, con esta falta de espacios y visibilidad, que tú sí tienes, seguimos haciendo y mostrando lo que hacemos. Las mujeres creamos adoleciendo, criando, callando, con placer, con rabia y con amor. ¡No, ya no estamos atrás, estamos acá al lado! No hay ninguna figura masculina que lo esté haciendo por nosotras, nosotras trabajamos el arte. Las mujeres artistas siempre hemos existido sólo que se han encargado de borrarnos de la historia, de no nombrarnos, de no registrar nuestro arte, de hacernos pasivas, de ponernos detrás y de no validarnos como creadoras.
Hace unos años visité a mi abuela. Me senté al lado de ella y conversamos. Ella me contaba cosas que ya había escuchado salir de su boca y yo le contestaba como si fuese la primera vez que la escuchaba. Antes de despedirme le di un chocolate y ella lo escondió dentro de la manga de su chaleco. Le di un beso en la mejilla, acaricié su pelo de algodón, me levanté y ella dijo en voz alta a las demás personas del hogar: “Miren, esa que está ahí es mi nieta”, lo dijo con un orgullo y una sonrisa en su cara que nunca antes había visto. Ese reconocimiento no me costó recibirlo.
En Maha veo a una mujer que le pone palabras al dolor y lo sublima. Veo una mujer que dice: ¡Aquí estoy! Veo una mujer que usa su poder creativo para ejercer libertad a través de su arte, de su palabra y de su cuerpo. Veo una mujer que se para ante la sociedad y verbaliza su pensamiento. Veo una mujer que dedicó su vida, su tiempo, su cuerpo y su existencia al arte. Cuando conozco a Maha pienso que si la hubiera visto de chica ahora tendría menos vergüenza.
Montserrat Oteíza, Estudiante de Teatro UC, Pasante Arde
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