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Correspondencia con Cynthia Rimsky

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La escritora Cynthia Rimsky (Santiago, 1962) nos habla sobre su desconfianza en el archivo como institución y apela al desacato a propósito de su narrativa. Conversación entre Pía Gutiérrez de Arde y Cynthia Rimsky.

«Con esta fascinación que siento por la experiencia sensible no puedo sino ponerla al lado de los documentos y notar las diferencias, las omisiones, las tergiversaciones”.

Trato de preguntarle algo coherente a Cynthia. Hemos hablado muchas veces de literatura, de archivos, de plantas, de comidas, también de su forma de leer, de su forma de dedicar la vida a escribir. Quiero preguntarle algo que suene bien, que suene inteligente sobre archivos, que nos ayude a entender desde esta forma amplia como pensamos los archivos en ARDE, su ímpetu por la escritura y el diálogo que en ella establece con lo documental. 

Le escribo por mensaje: 

«Me cuesta esto de ‘hacer preguntas’. No sé cómo entrar de una, pero te voy explicando y me vas contando lo que quieras. Si prefieres me dejas audios.

Pensaba a propósito de dos cosas sobre tu trabajo, primero de la noción de poéticas de archivo, es decir, en qué sentido los documentos son importantes o se transparentan en la obra, pero no siempre con un sentido probatorio, sino que aparecen como un resto, como parte de lo que queda de un cuerpo en movimiento. Eso está muy presente desde Poste restante (probablemente nada novedosa mi observación) pero creo que también en tus otras obras, cuando vas a los libros, a las fuentes para repensarlas y reescribirlas, como en Los perplejos o en Yomurí. La idea del libro como el registro, como algo que da fe de un acuerdo, de una filosofía, de un tratado… Entonces creo que me gustaría saber qué es para ti un documento, no en términos oficiales, sino lo que te parece es documental». 

(1) Poste Restante: un álbum de fotos hallado en una feria persa, con su apellido anotado al inicio, es el pretexto de la narradora para iniciar un viaje al pueblo de Ulanov, Ucrania, en búsqueda de sus orígenes. (2) Los perplejos: una escritora decide viajar tras la huella del filósofo medieval Maimónides, ambos buscarán sentido en un mundo desde la perplejidad y la duda. (3) Yomurí: tomando como punto de partida un falso mito cubano, la autora narra el viaje de una hija y un padre que se niega a ser recluido en un asilo.

Un rato más tarde me dice Cynthia: “Hola, ahora en la tarde te contesto estas grandes dos preguntas”. Me cuenta luego que está atareada. “Ahí veo por dónde me voy”.

Varios días después me llega su Word con las respuestas, ese tiempo entre el diálogo se llena de cotidiano, también de silencio. La leo:

Cynthia: 

Querida Pía, acostumbro contestar en pocos días las entrevistas, sin embargo, estas apenas dos preguntas las he ido posponiendo y me pregunto por qué  motivo. Creo que me pides que racionalice lo que me sale naturalmente y sin pensar. Y tus preguntas apuntan a que encuentre una lógica a mi trabajo con los documentos. La única lógica que encuentro es una dicotomía que no comprendo del todo: por un lado, un deseo, una curiosidad, un gusto por la palabra escrita y, por el otro lado, una desconfianza radical hacia los documentos. Con esta fascinación que siento por la experiencia sensible no puedo sino ponerla al lado de los documentos y notar las diferencias, las omisiones, las tergiversaciones.

Tal vez la desconfianza me viene de la época de la dictadura donde, a raíz de la censura real y del miedo, se tergiversaba, se omitía, se mentía en los documentos. Y por otra parte, de mi infancia judía, de mis visitas al Templo y del abismo que había entre la vida y la lectura del rabino y de los lectores –solo hombres– de los libros sagrados.

Por ese amor a la palabra escrita, reviso muchos documentos de archivo para mis libros, pero los leo con desconfianza, no les creo, leo lo que no está, las entrelíneas, o leo en lo que está, la conciencia, el deber ser, el juicio que hay detrás, y trato de desprenderlo de lo que se cuenta. Así que es como tú dices, no los uso para probar, quizás, para desprobar.

Pega más adelante una segunda pregunta que le había enviado. 

P: En esa misma línea, ¿cómo en tu forma de creación, en tu proceso, interpelas, organizas, subviertes eso estático de los documentos y empieza entonces la literatura? No digo que esta no sea «documental» en el sentido que es siempre un eco de su época y de la técnica de un momento histórico, pero el asunto cuando te leo es que lo documental en tus textos nunca es probatorio o plenamente «verdadero»: está lleno de capas, de posiciones y también de errores.

C: Te podría decir entonces que todo eso que mencionas es producto de esa forma desconfiada de leer los documentos y el archivo. Cómo explicarlo. No me interesa tanto lo que está allí escrito sino lo que mueve en mi imaginación. Los uso para inventar, no como información o como historia. Son mi fuente de ficción y me comporto de un modo totalmente amoral e irrespetuosa con ellos. Es como si fueran drogas alucinógenas que disparan tus pensamientos, tus emociones y tus sensaciones a un vuelo que no sabes adónde te va a llevar. Creo que es mi falta de respeto a su autoridad lo que me permite trabajarlos de esa manera.

El tiempo y el espacio

Días más tarde le pregunto cómo piensa el tiempo y el espacio en su escritura. Lo hago porque hemos venido pensando que esas relaciones se pueden leer teóricamente en el giro de los archivos contemporáneos. Wolfgang Ernst habla de un giro a un tiempo de archivo en la era digital, un aparecer en el registro. Me responde con otro texto que copio acá:

 C: No lo sé así en abstracto sino en cada texto: el tiempo es como un pulso, un ritmo, que te va tomando y haces variaciones, juegas, lo que no puedes hacer con el tiempo en la vida, que es tan rígido: por cantidad de minutos, de horas, de días, de meses, en la escritura te saltas esas categorías. Hay un texto precioso de John Berger, Un prado, en el que dice que para observar necesitas ponerte límites, no puedes observar a campo abierto, y que se necesitan solo unas pocas entradas y salidas, eso es el tiempo, maneras de entrar y de salir de un ritmo.Volví a pensar en el archivo, me molestan dos cosas del archivo que también me aprobleman en la escritura. Una es la necesidad de darle un orden. Ahora preparo una clase con un texto de María Sonia Cristoff, Notas conspiratorias, donde ella cuenta cómo pudo escribir solo en la medida en que encontró su forma novela y dinamitó la forma novela decimonónica, y pienso en la forma archivo, en que las maneras de ordenarlo están determinadas desde afuera, en cómo hacer una forma archivo personal, partir al revés. Y también pensé en cómo archivar la vida, en cómo darle un espacio a la vida en el archivo, para que los documentos no se fosilicen. 

Respecto al espacio, te voy a contar algo que me pasó. Estaba terminando una novela corta que me tenía muy muy feliz y cada día me acercaba al final y me daba cuenta de que lo dilataba, que no quería terminarla. Y cuando puse la última palabra (por ahora), me di cuenta de que todas las mañanas me levantaba contenta porque al abrir el archivo, se abría un espacio, mi espacio, un espacio de placer, de duda, pero familiar, más familiar incluso que mi familia, y del que no quería irme sino hasta que estaba muy cansada en la tarde o noche, y que poner las últimas palabras, era cerrar ese espacio íntimo, de dicha, y quedar nuevamente en la intemperie. Y pensé en eso, en la literatura como un espacio dentro de la vida, a veces más vivo que la vida.

Te agrego una anécdota. Me habían hablado mucho del Museo de la Memoria y me resistía a ir, no sé por qué, se supone que es un museo de mi época, en la que participé en la lucha contra la dictadura, todos alababan el trabajo con los documentos, el acopio de materiales, la museografía. En esa época hice trabajo de base en las poblaciones, ayudábamos a les pobladorxs a hacer medios de comunicación locales, para reportear nos tocaba ir a muchos grupos organizados, desde ollas comunes hasta talleres de tejido. Entonces, cuando finalmente fui al museo, me encontré con que nada de eso había allí. A lo máximo que llegaban era a los medios de oposición como el Apsi, el Teleanálisis, etc. No había ningún boletín de base. Lo que se generaba allí era la historia oficial de lo no oficial. Lo otro, no estaba.

Fin de la correspondencia

***

Por Pía Gutiérrez