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«El postcustodialismo es una invitación a latir con las gafas archivísticas», texto de Valentina Rojas

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Valentina Rojas es licenciada en historia y archivera, además de profesora en el diplomado de Archivística de la Universidad de Chile y el Archivo Nacional. También forma parte del colectivo de archiveras Las Luisas. La invitamos a escribir un texto que nos ayude a responder la pregunta: ¿qué es un archivo postcustodial?

“¿Qué se les viene a la cabeza con la palabra custodia?” nos preguntó la profesora de archivística al grupo de estudiantes. Una cárcel, dijo una; una caja fuerte en un banco, dijo otro; las repisas de una custodia en un terminal de buses en Chile, pensé yo. Hace tiempo que nos dimos cuenta que los Archivos con mayúscula -las instituciones- y los archivos con minúscula -los conjuntos de documentos producidos por una persona, institución o familia en el transcurso de su quehacer cotidiano- son casi siempre percibidos y representados como lugares solemnes, inhóspitos e inaccesibles, laberintos agobiantes, lugares de castigo oscuros y fríos, donde hay que portarse bien, estar en silencio y pedir por favor.

Es verdad, durante mucho tiempo la cosa fue así. Durante siglos los archivos estuvieron en manos de los administradores de vidas -los estados, las iglesias, los reyes y los ricos, los portadores de las armas, siempre hombres- que guardaban y usaban a placer los documentos que demostraban, respaldaban y perpetuaban sus privilegios, limitando su uso y acceso a otros privilegiados -jueces, historiadores y letrados- que tomaban de los documentos oficiales las verdades oficiales que el sistema oficial requería que fuera contada. Pero por suerte, cambia todo cambia. Desde hace ya varias décadas, y por varias razones, los usuarios y los usos de los archivos se han diversificado, y con ello su acceso, de a poco, se amplía y democratiza. Las rejas carcelarias se han abierto, la riqueza guardada se distribuye y las maletas son liberadas para poder viajar. Los depósitos y repisas siguen siendo necesarias (las físicas y las digitales con forma de servidores encendidos) y los custodios también son imprescindibles, aunque ya no tienen que ser carceleros, guardias armados, ni malhumorados custodios, sino archivistas y comunidades vinculadas a los documentos. Ese es el giro propuesto por la mirada postcustodial: sacar el foco de guarda de los documentos, y ampliarlo para enfocar lo que viene después, explorando las posibilidades futuras. Como dice Adrian Cunningham, archivero australiano: 

“La filosofía [del postcustodialismo] afirma que la misión archivística no debe limitarse a las nociones tradicionales de gestión de fondos de archivo en acuerdos de custodia, sino que debe abarcar una gama mucho más amplia y más proactiva de programas que involucren divulgación, colaboración y documentación y apoyo para documentos en custodia distribuida.” 

Sin negar la importancia y necesidad de custodiar los documentos -acción sin la cual los documentos se perderían, dañarían y finalmente desaparecerían-, el postcustodialismo problematiza esa custodia y sus implicancias y sobre todo presta más atención a las múltiples posibilidades de uso y significado de los archivos.

También ha dado énfasis a la necesidad de ampliar la noción de archivo en el sentido de no solo valorar y considerar dentro de ese concepto únicamente a aquellos papeles históricos, escritos y firmados por los grandes hombres. Hoy los documentos de archivo incluyen documentos actuales, en papel y digitales, y no necesariamente escritos; fotografías, audios y videos también son documentos de archivo. Y los usamos y necesitamos para echar a andar nuestra vida cotidiana.

"Los Archivos están presentes en todo lo que hacemos.
Cada vez que vas al consultorio a pedir una hora para el doctor.
Cada vez que quieres cobrar tu pensión. 
Cada vez que reclamas una nota a un profesor. 
Cada vez que emites una boleta de honorarios. 
Cada vez que compras un pasaje. 
Cada vez que envías un correo a tus amigas. 
Cada vez que un migrante tramita su residencia definitiva. 
El Registro de socios de la junta de vecinos. 
El video que registró la muerte de Camilo Catrillanca, es un documento de Archivo. 
Por eso nos importa hablar de archivos. 
Porque hablar de los archivos es hablar de nuestros derechos, es hablar de todo."

Así rezaba la introducción del fugaz programa de podcast “Archívese, Difúndase, Movilícese”, que hicimos el año 2019 con las compañeras de Archiveras sin Fronteras – Chile. Con esto queríamos decir que los archivos están en lo cotidiano, y aunque a veces parecen invisibles, basta ponerse las gafas archivísticas para verlos.

Por ejemplo, en la prensa cuando se destapan escándalos de corrupción y abusos de poder. ¿Cómo sino a través de documentos de archivo hubiéramos sabido la verdad sobre el asesinato de Camilo Catrillanca? A pesar de que el primer documento, un parte policial, aseguraba que Catrillanca había participado en un robo que supuestamente desencadenó un enfrentamiento armado entre él y la policía, y de que inicialmente los miembros del Comando Jungla negaron que existieran grabaciones del operativo, finalmente otros documentos -primero una  fotografía que mostraba a los Carabineros portando cámaras portátiles y luego uno de los videos grabados por un suboficial- desmintieron dicha versión. Esos registros audiovisuales son los que probaron que Camilo y el menor de edad que lo acompañaba se encontraban desarmados, por lo que jamás hubo enfrentamiento, sino solo un asesinato. El Caso Convenios se destapó por la circulación de los Decretos -documentos públicos- a través de los cuales la máxima autoridad de la SEREMI de Vivienda de Antofagasta validaba los convenios con la Fundación Democracia Viva. A partir de ahí, se comenzó a tirar de un hilo -o de los documentos- y fueron apareciendo más irregularidades, no solo de esa fundación y ese partido político, sino de muchos otros casos similares que denotan malas prácticas extendidas, irregularidades e incluso ilegalidades que aún seguiremos conociendo. Un último ejemplo: Juan Emilio Cheyre, quien quiso pasar a la historia como el general del “nunca más”, fue condenado hace pocas semanas no solo como encubridor, sino como cómplice de 15 homicidios cometidos por la Caravana de la Muerte el 16 de octubre de 1973 en La Serena. Además de las declaraciones de testigos, existen documentos -como los consejos de guerra firmados por su puño y letra en los que se ordenan las 15 muertes, y la firma del bando con que se dieron a conocer las ejecuciones-, que prueban su responsabilidad. 

Los archivos están también en el arte, donde son pivotes para la creatividad y la creación, además de ser elementos que contextualizan y dan una consistencia histórica y emotiva a las obras que vemos. El mismo Proyecto Arde declara: 

“Apostamos a que lo más significativo es que los archivos se activan al relacionarse con las artes y viceversa. Los documentos parecen estar en estado de latencia en los archivos hasta que unes investigadores o creadores les permiten ponerse en contacto con la memoria nuevamente, transmitiendo narrativas a otras generaciones y comunidades, complejizando la historia oficial y su hegemonía con diversas voces e imaginarios.”

Diversos artistas crean sus obras inspirados por el contenido y la materialidad de los documentos de archivo. Como Voluspa Jarpa, artista chilena que ha trabajado durante años con documentos desclasificados por organismos de inteligencia, como la CIA de Estados Unidos y su rol en el contexto de las dictaduras en Chile y otros países latinoamericanos.

En la exposición Cómo diseñar una Revolución, La vía chilena al diseño, montada en el Centro Cultural La Moneda entre septiembre del 2023 y enero del 2024 como conmemoración de los 50 años del golpe militar en Chile, el equipo curatorial compuesto por Hugo Palmarola, Eden Medina y Pedro Ignacio Alonso, presentan un conjunto de piezas representativas del diseño gráfico e industrial realizado durante el gobierno del presidente Salvador Allende. Más allá de lo espectacular de la muestra -que incluye desde afiches, discos de vinilo, juguetes infantiles, una televisión, un auto, cucharas medidoras de leche en polvo y una reconstrucción integral de la sala de operaciones Cybersyn-, durante mi visita me detuve en los agradecimientos: una larga lista de instituciones encabezada por múltiples Archivos de Chile, reflejando el rol que estos tuvieron para aportar con documentos y con información esta significativa muestra.

También pienso en varios libros. Son muchos, así que mencionaré solo uno que justamente es mi lectura actual. Se trata de la Autobiografía del Algodón, de Cristina Rivera Garza, que narra la historia de sus antepasados obreros y campesinos, migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos. A pesar de no ser un artículo académico sino una novela, este texto tiene un apartado final de diez páginas en que detalla las fuentes consultadas en cada capítulo, innumerables e interesantísimas, como actas de nacimiento, defunción y matrimonio; telegramas; correspondencia y otros muchos documentos que se encuentran en archivos institucionales y personales.

Además de la verdad, la justicia, el conocimiento y la historia, de la creación y del arte, los archivos son aguas dulces para la pura emoción. Los archivos están en el goce de mirar una fotografía de la infancia, de estar frente al manuscrito de una gran obra o de leer esa carta que transmite sentimientos que habíamos olvidado. 

Hace unos años tuve la oportunidad de hacer una pasantía por un par de semanas en algo así como el Archivo Municipal de un barrio londinense, el Tower Hamlets Local History Library and Archives. Durante mi estadía, me llamó la atención ver entre los usuarios más comunes a personas mayores de edad. Por lo que me contaron mis compañeros, casi siempre venían a buscar y revisar documentos que les remitían a sus barrios de la infancia, a la historia de su familia, a relatos sobre aquello que les era significativo. No buscaban información para una investigación, inspiración para escribir un texto, ni el documento para lograr un trámite pendiente; solo venían a mirar, pensar, recordar y pasar parte de su tiempo jubiloso en el Archivo.

En la historia que cuenta Te busco, del podcast Las Raras, Catalina May, directora del programa, narra su búsqueda de la persona que hace 20 años la atropelló en un accidente que casi la mata. A través de ese ejercicio, registrado en muchos audios, intenta avanzar en un proceso interno de sanarse, entender lo que pasó y así superar el trauma. A lo largo de su investigación los archivos son claves: busca partes policiales, registros de hospitales y expedientes judiciales, abre sobres con informes y publica avisos en el diario. Uno de los momentos más conmovedores es escuchar la reacción de Catalina al ver las imágenes y leer el reporte del exámen que le hicieron en la cabeza tras el accidente. Nunca lo había visto. Casi llora de emoción, igual que yo.

Los archivos son testimonio administrativo, judicial, legal e histórico, también materia prima para la creación y el arte, y a su vez, testimonio vital, emocional y sensible. La diversidad de usos de los archivos es de una riqueza literalmente infinita. Un mismo conjunto de documentos puede ser utilizado para distintos fines, por diferentes personas y de diversas formas al mismo tiempo: los exámenes que sirvieron, hace 10 años, para salvar la vida de Catalina, hoy son usados para sanar su trauma; las fotografías del barrio de Tower Hamlets, en Londres, que fueron sacadas en 1962 para desarrollar un proyecto de planificación urbana, hoy permiten que Ben British viaje con su mente a las calles de su infancia; los documentos de la CIA, utilizados hace 50 años para dar órdenes de destrucción, hoy no solo permiten conocer nuevas partes de la verdad de lo ocurrido, sino que permiten la expresión y reflexión a través del arte. Con el postcustodialismo, la invitación es a ponernos las gafas archivísticas y expandir nuestra mirada, para que la presencia cotidiana de los archivos se haga visible, para que saquemos a los documentos de sus cajas y los usemos para latir y girar en el tiempo.

Valentina Rojas, archivera

A partir de este texto, Valentina Rojas escribió la columna de opinión «Latir y girar: por más archivos, más abiertos y democráticos», en el diario El Desconcierto, el 9 de junio de 2024.