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Archivos y comunidad: ¿se puede pensar en un sistema de colaboración mutua en los archivos del presente? Una conversación con Claudio Ogass Bilbao

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Hay palabras que se ponen de moda ¿será comunidad una de ellas? El peso de las palabras se diluye muchas veces en su expansión, en el uso institucional, en la absorción que hacen de ellas ciertas políticas. Preguntarnos por los archivos más allá de la custodia, volver a qué entendemos por comunidad y cómo somos en ese espacio es lo que conversamos con el historiador y archivero chileno Claudio Ogass. Destacamos su compromiso con el oficio de archivar y con los lazos que se trazan en esta tarea. Acá recogemos algunos fragmentos de la conversación sobre archivos comunitarios que tuvimos en mayo del 2023.

Claudio dice de sí mismo “soy un archivero activista, nací en Chile y actualmente estoy radicado en Reino Unido haciendo un doctorado en archivo y gestión documental en la Universidad de Liverpool”. Nuestro interés es conocer la búsqueda constante que Claudio ha sostenido en torno a los archivos comunitarios y cómo desde allí se vincula a proyectos en el espacio digital como Archivistas en Espanglish.

Pía- Arde (P): ¿Nos puedes hablar de tu trabajo en el Archivo y Centro de Documentación FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile), por el que te conocimos hace ya muchos años?

Claudio (C): Estuve a cargo del archivo FECH aproximadamente diez años. Llegué el 2013 con una segunda generación de personas que se hacían cargo y que venían con una tradición archivística. Eso es algo que valoro mucho del archivo FECH: fue un archivo comunitario que efectivamente se preocupó por traer archiveros que estuvieron a cargo desde el año 2010 cuando se creó el primer cuadro de clasificación, el primer inventario y se dejó una serie de procedimientos que después fueron fáciles de tomar y profundizar en etapas posteriores. 

P: ¿Cuál fue la relación con la técnica archivística y la tecnología en este archivo?

C: Creo que uno de los principales problemas que tenía la FECH es que acumulaba dos tipos de documentos. Por un lado, teníamos el archivo histórico o el centro de documentación que era una colección que provenía de distintas donaciones o recolectas documentales que hacíamos con expresidentes y personas que habían participado en la Federación. Pero también custodiamos lo que iba produciendo la institución desde que se instaló en la casa FECH propiamente tal desde el año 2008. A lo largo de su historia, la FECH, desde el año 1906, ha pasado por distintos periodos, distintas casas, diferentes hogares, y sus archivos también han sido destruidos –hicimos una investigación sobre eso. Entonces el proyecto del archivo FECH tiene un valor más allá de sus dimensiones. Hasta donde yo llegué, tenía doce metros lineales: era pequeño en cantidad pero lo que vale es lo que quedó, o sea, lo que logramos recoger. Entonces, por un lado, estaba eso que podríamos llamar archivo histórico y, por otro lado, este archivo administrativo que se estaba conformando de acuerdo al actuar de la FECH en el presente y que también iba a conformar el archivo histórico del futuro. 

Como archivero o archivera uno tiene esa profundidad de campo para pensar que el archivo tiene que tener un futuro, que va a durar para siempre, y por eso hay que imaginarse a los usuarios del siglo XXI, XXII, XXIII. Y con ese archivo administrativo, para el futuro efectivamente teníamos el gran problema de que se estaban generando documentos tanto en papel –porque la universidad también es un monstruo, una maquinaria burocrática que hereda toda esta tradición del Estado– como en formato digital. Teníamos estos dos focos y en ambos se nos presentaba el problema de la tecnología. Primero, ¿cómo le podíamos ofrecer a los usuarios un acceso medianamente expedito, que fuera mutuamente beneficioso? 

Claudio pone sobre la mesa una palabra importante: “mutualismo”. Hablar de lo común es dejar de pensar en lo propio en los términos que el sistema neoliberal imperante nos ha acostumbrado. La propiedad como un asunto inamovible, como un tema clausurado sobre lo que nos rodea se vincula al concepto de propiedad privada. Lo mío es mío, por lo tanto lo común no es mío y no me hago cargo de ese espacio. Así, muchas veces la noción de comunidad la ocupamos para hablar de ese espacio que nos une en la propiedad: la comunidad de un edificio o de un territorio, la comunidad de una escuela o universidad. Todos esos espacios están mediados por una pertenencia vinculada a la propiedad, pero cuando pensamos lo común como un lugar en construcción que precisamente se vincula a esa adherencia por el despojo –“comunidades en la falta”, como ha dicho Rancière– es cuando reaparece esta palabra mutualismo. Cuando Claudio la explica no se refiere a un “pago” o devolución establecida entre las partes, sino que a una archivística comunitaria, que estaría marcada por un apoyo mutuo que a su vez permite a la comunidad existir. 

Si llevamos estas reflexiones al archivo, documentalistas, documentos y usuarios ya no están unos al servicio de los otros, sino que todos interactúan en un servicio mutuo. Esto hace que la técnica del archivo se altere, que busque espacios. Por ejemplo, relata Claudio, en relación al Archivo FECH en donde la conformación era extraña, por una parte el archivo formaba parte de la vida universitaria, pero por otra, el trabajo en él era más bien voluntario y se debía al deseo de visibilizar a la Federación y su historia, pero los usuarios que llegaban también tenían objetivos diferentes, como hacer una tesis o ser parte de esa Federación por medio del trabajo en él. 

C: Los usuarios tienen expectativas cuando van a un archivo. Sobre todo, yo diría, con la mentalidad post Google, uno cree que va a llegar al archivo y va a encontrar inmediatamente todo y todo va a estar disponible y procesado. A nosotros/as nos llegaban solicitudes todos los días, pero tuvimos que poner un horario de atención de dos días por semana: uno en la mañana y otro en la tarde. Eramos dos y no podíamos estar recibiendo gente todo el tiempo porque teníamos trabajo administrativo que hacer, trabajo técnico, trabajo de difusión y, aparte, estaba la atención de usuarios, que era súper desgastante. Entonces armamos un conducto regular que consistía en que los usuarios se pusieran en contacto con nosotros enviándonos ciertas preguntas básicas y nosotros les decíamos: “sí te podemos ayudar, ven tal día”. Así era más ordenado. Sin esto, nos enfrentábamos a un problema de expectativas. Una vez nos llegó una persona que nos decía –“oye, necesito todos los datos de las mujeres en la universidad desde 1906 hasta, no sé, 1930”. Y había que explicarle que nosotros teníamos los documentos de las elecciones pero desde el año 73 en adelante. Cada vez había que contar esta historia de los archivos que habían desaparecido, y que el nuestro era un trabajo de rescate, pero claro la gente venía con esa idea de que iba a encontrar todo procesado y que tendría acceso sin hacer un trabajo en el archivo. Entonces, dada esa expectativa, teníamos el problema interno de que no dábamos abasto y era frustrante porque también creíamos, como en Arde, en ese lema de que un archivo debería ser un archivo abierto a la activación.

En ese sentido, los principales desafíos en tecnología eran muy básicos, por ejemplo, tener una página web y que esa página tuviera herramientas o un software que nos permitieran también ser coherentes con estos principios que tenía el archivo, como desplegar un inventario que respetara principios de la archivística como el principio de procedencia, es decir, el orden original. 

“En un archivo comunitario la archivística no puede ser una disciplina que te viene a normar sino que te viene a entregar herramientas que se pueden tensionar y adaptar de manera flexible y útil precisamente porque mi preocupación es poner en acceso los documentos”.

Sobre los usuarios, Claudio reflexiona: En el fondo venían dos tipos de usuarios. Uno que era el internacional, principalmente estudiantes de doctorado y magíster, que venían de universidades del norte (Europa, Estados Unidos y el mundo anglosajón), por estadías súper cortas, de dos semanas máximo, y que tenían que revisar muchas cosas. Entonces, también ahí teníamos ese desafío, cómo damos acceso a los documentos y no nos sobrexplotamos nosotros como trabajadores, como obreros del patrimonio, obreros de la archivística. La situación te pone en un dilema ético: ¿cómo cumplo mi misión de archivista ayudando a las personas, pero también diciendo no, para respetar éticamente mis decisiones, mis políticas?

Teníamos un segundo grupo de usuarios –los nacionales– que contaban con más tiempo, podían volver, y a veces lográbamos involucrarlos más en el proceso. 

A propósito de esta experiencia, nos damos cuenta mientras hablamos, que los archivos que nos comprometen socialmente nos toman el cuerpo. Sentimos el corazón puesto en ellos y por lo tanto empieza una exigencia de que el archivo esté completo, en línea, consultable; que esté disponible todo el tiempo. No se entiende que son personas quienes hacen esto, muchas veces por voluntad o en paralelo a otras actividades laborales; que hay esfuerzos, hay platas, hay tiempo, y que quienes trabajan en ese archivo empiezan también a cansarse, a sentir agobio, a ver sus propios límites. 

P: ¿Nos puedes ayudar a entender esa relación entre usuario, archivero y comunidad, en los archivos comunitarios? ¿Cómo comprendemos esta relación? ¿Qué te pasa a ti?

C: La relación de los archiveros con los distintos tipos de usuarios también te abre dilemas. La razón de ser del archivo es su expansión, que el público disfrute, porque es un goce público. Siempre se habla de que los archivos tienen dos titulares: la institución que los produce, que se beneficia de tener información para tomar mejores decisiones, y también la sociedad en su conjunto. Los archivos, y eso se plantea desde el paradigma postcustodial, son del pueblo para el pueblo y por el pueblo. Y eso, yo creo, que sí es una consigna que se le puede aplicar a los archivos del Estado también. Los archivos comunitarios, por contrapartida, son archivos en donde las personas que están ahí han desparramado su corazón, o sea que su corazón y su cuerpo son parte del archivo. 

Yo no era archivero porque había hecho un diplomado o un doctorado. Yo creo que lo que te da el título de archivero es tener las manos en la masa, las manos en la masa documental. Lo que ocurre básicamente es que uno no pone límites. 

Mirado desde hoy, creo que hay cosas que uno debería hacer en un archivo comunitario para establecer estos límites desde el principio: primero definir muy claros los principios del archivo en tu declaración de misión; esto tiene que ver con educar también a los usuarios. Los usuarios van a venir con las expectativas que tiene cualquier tipo de persona –“yo vengo acá y necesito esto, dámelo”– porque estamos en el paradigma custodial, que ha sido el paradigma estatal. Los archivos comunitarios en Chile son un fenómeno bastante reciente y hay que empezar también a considerarlos como un área de aprendizaje. Es como decir “ojo, nosotros acá somos personas y, por lo tanto, también tenemos que cuidarnos, tenemos límites”. No se les puede exigir a los archiveros y a las archiveras comunitarios y comunitarias que efectivamente cumplan los mismos roles o las mismas misiones de instituciones que están mandatadas por el Estado y que tienen un presupuesto fijo, un personal fijo, un horario fijo y tienen una misión legal súper clara. Entonces, creo que como primera medida uno debería elaborar estos principios en su misión y que queden súper claros. Un principio que es muy importante es el de la reciprocidad. El tema es que no se genere una relación clientelar entre archivero, archivera, archivista comunitario y usuarios en general.

Estoy tomando muchas reflexiones principalmente desde la archivística según lo expuesto por Michelle Caswell. Ella habla de la responsabilidad afectiva que hay en los archivos. Cuando lo leí me hizo mucho sentido porque la experiencia es una fuente de reflexiones súper interesante. A veces la teoría o las personas que están en la academia tienen otro tiempo para reflexionar y vienen a confirmar o mostrarte un concepto muy lindo que uno ya lo había pensado o intuido en la práctica, en tus relaciones de vida. Estamos en un momento en donde nos cuestionamos nuestras maneras de relacionarnos como seres humanos. El feminismo nos ha venido a enseñar mucho y nos dice que el patriarcado, por ejemplo, opera en todas las esferas de la sociedad y la archivística, los archivos no están fuera de esto. Los archivos se activan con las mismas relaciones de la sociedad y en ellos se reproducen relaciones machistas, hay patriarcado, hay capitalismo, hay muchas cosas de este mundo neoliberal que también como archiveros y archiveras deberíamos redefinir. Para eso hay que poner ojo en que este es un archivo comunitario, que se está haciendo con el corazón, y por lo tanto nosotros atendemos de esta manera porque consideramos que esto es lo mejor, lo más ordenado, lo que nos cuida a todos y quizás se puede explicar que tu política de usuarios se debe a que es lo más coherente con la salud mental de sus encargados, con sus derechos como trabajadores/as; exigir reciprocidad.

P: Podemos pensar en el giro afectivo en relación a los documentos, quizás siguiendo a Sara Ahmed en su libro “La política cultural de las emociones”, y cómo finalmente releer estas estructuras pueden ayudar a emancipar una legibilidad de los archivos ¿Cómo crees que afecta esto a una comunidad? 

C: Como tú dices, las personas que están a cargo de un archivo o de las políticas de archivo, no están separadas de su contexto y por lo mismo es fundamental transparentar todo eso, porque si no lo haces siempre quedarán puntos ciegos. Cuando transparentamos, alguien más va a poder volver a pensar este orden y mirar los silencios del archivo. Es como decir “hasta aquí di porque soy un humano, una persona, y parece que no tengo capacidad infinita tampoco”. Valoro que la archivística sea dar cuenta de que hay ciertos procesos, y que un archivo, en el fondo, es infinito, no tiene fin y, por lo tanto, un archivo se imagina, es producto de una imaginación, pues nunca existe el archivo perfecto. Tener un archivo completamente descrito o completamente digitalizado es una utopía y por eso la archivística se tiene que ir adaptando. Siempre hablo, por ejemplo, del principio de procedencia, pero a veces yo veo que en la serie es mejor separar las fotos de los cuadernos porque nos facilita el acceso. No creo que eso esté completamente mal, lo que sí creo es que siempre es bueno dejar todo el criterio explicitado. En el Archivo de la FECH incorporamos la idea del cuaderno del archivero, que después nos dimos cuenta que podía ser como el antropólogo que tiene su cuadernos de campo. Ahí uno anota: ¿qué hicimos hoy día? ¿qué decisiones tomamos? Así uno se da cuenta de que la archivística es una pauta de elección libre. Cuando tú lees ISAD (G) te das cuenta que el comité que se juntó provenía de archivos que son armados desde arriba, o sea, estatales, institucionales, que vienen con lógicas de creación en donde los principios de procedencia y la noción de original pueden funcionar porque los Estados repiten siempre los documentos; por eso se habla de series documentales, siempre va a haber un decreto, siempre va a haber un oficio. Esto es importante, pero en los archivos comunitarios o personales no siempre es así. A los documentos hay que darles contexto: ¿cómo se crearon? ¿por qué se crearon? ¿para qué se crearon? ¿en qué momento se crearon? Como archivero tienes que rescatar el contexto y tomar decisiones que impliquen, por ejemplo, ampliar los puntos de acceso o en la descripción de la serie decir “mira estas fotografías están en la historia de la organización y están acá todos los de la organización”. Aquí vuelvo al tema de las normas como un vehículo de comunicación, como una posibilidad ante la que cada institución está tomando postura. Si dejamos huella de nuestras decisiones podemos dialogar. Por ejemplo, tú de ARDE y yo del archivo FECH podemos golpearnos la puerta y preguntarnos: ¿qué hiciste tú en el punto 4.1? Tu decisión va a ser muy distinta a la mía,  pero vamos a poder dialogar. 

P: ¿Por qué la archivística también puede ser un asunto común a toda la ciudadanía?

C: Hablar de estas cosas nos ayuda a poder trazar expectativas más reales como usuarias, como archiveras, como artistas. Yo creo que es impactante la creatividad que desarrollan los propios archivos para generar estrategias de clasificación o estrategias de sobrevivencia o alianzas. Podemos aprender de eso y medir nuestros recursos, nuestro esfuerzo para no quemarnos. Por ejemplo, preguntarnos si vale la pena profesionalizar un espacio con Atom o si hay un software más simple que nos permita administrar la información y tener acceso a los archivos. 

P: Tú tienes un trabajo como activista en esa línea de las alianzas. Por ejemplo Archivistas en Espanglish, que es una agrupación de archivos que ocupan la web como un lugar de visibilización: ¿Cómo ha sido tu búsqueda de otras herramientas digitales? ¿dónde buscan? ¿cómo alimentan esa comunidad entendiendo también que lo digital es otro campo de batalla?

C: Me sumé a Archivistas en Espanglish, un colectivo transnacional de archivistas que tiene como misión contribuir a potenciar y activar las memorias contrahegemónicas en América Latina y el Caribe. Esto surgió a través de una colaboración. Yo participo también en el taller de archivística comunitaria de Chile, que es un programa político pedagógico para potenciar los archivos comunitarios en nuestro país a través de una visión súper flexible de la archivística con la finalidad de que, ojalá, se cree una política comunitaria que permita unir los saberes que vienen desde la experiencia, de las comunidades, de los territorios en donde estos archivos nacen y se hacen. En Archivistas en Espanglish estamos tratando de generar una colectividad de archiveros para conectarlos a través de distintos tipos de tecnologías. En esa área ha sido súper interesante el trabajo de los talleres, con los que hemos ido generando encuentros donde debatimos y conversamos. Hicimos una encuesta y recolectamos alrededor de cien respuestas de archivos latinoamericanos de distintos países, luego los reunimos y armamos conversaciones sobre distintos temas. Una de las cosas que nos llamó la atención es que los problemas de primer orden son siempre los problemas estructurales mínimos: la falta de presupuesto, falta de apoyo, de recursos; se repetía la frase “nos falta un local, nos falta todo lo material”. Después venían los problemas de segundo orden en donde entraba recién el tema archivístico, se necesitaba antes una experiencia fundamental como de madurez archivística o más “tocar la guitarra archivística”. Esta era una constante en los archivos de Latinoamérica, por eso queremos empezar a profundizar en este tema de la tecnología para este contexto, en medio de esas dificultades basales.

Continuamos nuestra conversación con Claudio y nos quedamos con la necesidad de entablar diálogos con otros archivos y archivistas. ¿Cómo son sus prácticas? ¿Cómo gestionan su relación con los/as usuarios/as y los usos del archivo? ¿Qué les impulsa con tanta pasión a este oficio? ¿Para qué archivar? Solo sabemos que es necesario seguir preguntando para entender un poco más.