La libertad creativa versus el sistema teatral
Tuve la oportunidad de trabajar con los registros del proceso creativo de la obra Nimby (Not in my backyard) de la compañía Colectivo Zoológico, dirigida por Nicolás Espinoza y Laurène Lemaitre, también diseñadora del grupo. Nimby es el resultado de la coproducción entre Colectivo Zoológico y el Theater und orchester de Heidelberg, en Alemania, luego de que estos se contactaran con el Goethe Institut de Santiago para averiguar qué compañía chilena podía ser la indicada para residir dos meses y medio en su teatro para representar al país como invitado especial en el Festival de Teatro Iberoamericano de la ciudad. Desde el Goethe Institut, a su vez, pidieron referencias al actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y fue este organismo el que recomendó al colectivo.
El Festival de Teatro Iberoamericano del Theater und orchester Heidelberg es un evento anual que reúne alrededor de veinte montajes de Latinoamérica y España con el fin de proveer al público alemán un panorama del teatro que se está haciendo en Iberoamérica. A su vez, el Theater und orchester de Heidelberg es un teatro que cuenta con 165 años de existencia (ver díptico que contiene la historia del teatro). De los que trabajan allí, quien concretó la invitación a Colectivo Zoológico fue Sonja Winkel, dramaturgista del teatro, un oficio especializado que aún no se instala del todo en el teatro chileno.
Para una compañía de teatro siempre es estimulante viajar, porque significa mostrar fuera de su región lo que están haciendo, conocer nuevas opiniones y lecturas de sus creaciones y contribuir con la difusión del teatro chileno en contextos más amplios. Esta fue una de las apreciaciones que compartió conmigo Laurène cuando le pregunté por su experiencia. Sin embargo, reparó en una apreciación muy interesante que, considero, merece la pena atender: en Chile, los que trabajamos haciendo teatro contamos con una enorme independencia y, en términos creativos, somos libres de hacer lo que queramos. Esta libertad, a mi juicio, nos da la posibilidad de concebir una obra lo más íntegra posible. Es decir, con frecuencia no nos vemos obligados a crear a partir de un tema impuesto por una entidad, ni tenemos que trabajar por obligación con ciertas personas. Junto con ello, podemos tomarnos –si así lo deseamos- un año de trabajo para investigar en la temática que abordamos, podemos “quedarnos pegados” en ciertos procesos, añadir algunos elementos, quitar otros e ir tomando decisiones que modifiquen el resultado final, pero siempre acorde a nuestro criterio creacional y a nuestra poética. Esto ocurre principalmente porque nuestro teatro se enmarca dentro de un campo laboral que aún no está del todo institucionalizado, por lo que –insisto, en la mayoría de los casos- no debemos responder a las exigencias de nadie que esté supervisando nuestro trabajo. Somos libres de la “institución teatral”.
Es esto lo que yo entiendo por libertad, una de tipo creativa, y es este punto de vista el que comparto con el de Laurène. Ahora bien, pese a que quienes hacemos teatro en Chile no respondemos a una “institución teatral”, sino que trabajamos de forma autónoma y en pos de satisfacer nuestras propias inquietudes artísticas, es en este modo de trabajar en el que aparecen una serie de necesidades que deben ser cubiertas por nosotros mismos, artistas del teatro, y que acotan de inmediato la libertad creativa mencionada.
En Chile, el inicio de un proceso creativo generalmente se da de acuerdo a las condiciones particulares del equipo y sus integrantes; las reuniones para hablar del proyecto, investigar y ensayar suelen ser en la casa de uno de ellos, o, en su defecto, se recurre al arriendo de bajo costo de espacios que han sido más o menos acondicionados para tales fines, prima la autogestión para la producción del montaje, muchas veces los ensayos no son remunerados y el financiamiento –si es que se consigue- se obtiene a menudo de formas externas a cualquier apoyo que pudiese brindar alguna institución cultural o estatal que vele por el desarrollo del arte chileno, tales como donaciones culturales por parte de empresas privadas o fundaciones (“Ley Valdés”), cofinanciamiento de productoras de espectáculos (como The Cow Company), financiamiento por medio del sistema de crowdfunding o, en el mejor de los casos, la adjudicación de un concurso vía Fondos de Cultura otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, que cada año dificultan más su obtención.
En cambio, en el caso particular de Colectivo Zoológico enfrentándose a una coproducción con teatristas alemanes, estos deben priorizar el que su trabajo responda a las exigencias impuestas por el teatro/institución para la cual trabajan. Dichas exigencias comprenden, entre otros aspectos, seguir un calendario predispuesto con mucha anticipación, ensayar los montajes cierta cantidad de horas al día, respetar la labor que cada trabajador realiza para el montaje (es decir, “no todos hacen de todo”) y ajustarse a un repertorio teatral determinado por la programación del teatro. Pese a ello, esta sujeción institucional implica una serie de beneficios que el teatro chileno aún no conoce: seguros sociales brindados por el gobierno, vacaciones aseguradas, reconocimiento profesional y lo más gratificante: ensayos remunerados, lo que significa un sueldo estable.
Podría decirse que este “sistema teatral” alemán es paradisíaco comparado con el panorama chileno. Los actores son íntegramente actores y no necesitan oficiar de tramoyas, así como tampoco necesitan recurrir a otros empleos que les procuren estabilidad económica. Los diseñadores cuentan con tecnología de punta que les permite llevar a cabo sus creaciones íntegramente y las compañías reciben apoyo monetario de los teatros y/o instituciones para las cuales trabajan. Es cierto, el contar con las condiciones materiales señaladas facilita el trabajo creacional, porque permite concretar casi todas las ideas que surjan dentro del proceso. Asimismo, la concreción de estas ideas implica un proceso de factura que asegura que todas las piezas del montaje sean de excelente calidad y pensadas para que funcionen en la puesta en escena. Tal como señala en entrevista Juan Pablo Troncoso, dramaturgo y actor de Colectivo Zoológico: “La disposición de recursos implica una valoración de parte de todos por el esfuerzo invertido en cada trabajo, por muy artesanal que sea”. Sin embargo, en medio de toda esa tranquilidad y estabilidad alemana desaparece un componente que caracteriza al teatro chileno. Juan Pablo cuenta que parte del equipo del Theater und orchester cuando los iba a ver ensayar se sorprendía de la manera en la que actuaban y les hacían preguntas u observaciones tales como: “¿por qué actúan así?”, “¡es muy extraño cómo actúan!” o “¿por qué gritan tanto?”. Ante esto, ellos les contestaban: «Para nosotros, hacer teatro es jugarse la vida. Si esto no nos resulta, nosotros no comemos. En cambio, ustedes sí y las cosas van a seguir siendo igual para ustedes: van a tener sus sueldos, van a tener sus vacaciones…». De este modo, es ahí donde ambas formas de hacer teatro se enfrentan: la chilena versus la alemana. Y es ese el elemento que en esta última pareciera estar menos presente: el despojo vital por el quehacer artístico. Hacer teatro en Chile implica disminuir la reflexión y aumentar la acción, porque hay que actuar, o el mundo se va a acabar.
La experiencia de viaje de Colectivo Zoológico al Theater und Orchester de Heidelberg
Este enfrentamiento entre dos formas distintas de hacer teatro fue lo que los miembros de la compañía ya venían cuestionándose desde antes de viajar a Heidelberg, y fue lo que los llevó a decidir que el montaje que hicieran debía jugar con el prejuicio que ellos tenían acerca de los teatristas alemanes. Porque, como reflexiona Juan Pablo Troncoso, “los clichés algo de cierto tienen”. Y esos clichés surgieron cuando tuvieron que acoplarse a todas y cada una de las múltiples exigencias impuestas por el Theater und Orchester de Heidelberg, desde modificar los bocetos de la escenografía que enviaron estando en Chile, hasta cortar escenas que ellos no querían, pero que Sonja, la dramaturgista, se los exigía en los ensayos.
Laurène cuenta que el equipo del Theater und Orchester les pidió que enviaran todo lo necesario para el montaje antes de viajar a Heidelberg: texto dramático, plantas escenográficas y de luces, imágenes referenciales, entre otros insumos que en el caso chileno las compañías no suelen tener listos antes de los ensayos de una obra. Ella realizó un boceto a mano alzada, con lápiz grafito, de la escenografía y se lo envió al equipo técnico. Un par de semanas después, ellos le reenviaron el mismo boceto, pero ahora complementado con una planta muy detallada de la escenografía, hecha en Photoshop y que incluía elementos que Laurène no había puesto en su boceto. Además, realizaron otra planta que incluía el detalle del piso a utilizar (linóleo).
Otra anécdota interesante del viaje radica en las diferencias que los miembros de la compañía chilena pudieron distinguir entre los teatros en los que suelen trabajar en Chile y el Theater und Orchester de Heidelberg. Una de ellas es que la institución alemana cuenta con salas diferenciadas que cumplen una serie de funciones en pos de la realización de sus montajes. Una de estas es la sala de pintura, destinada a realizar telones y terminaciones de las escenografías. Otro aspecto a resaltar es que el equipo técnico del teatro, y no la compañía, determina y ejecuta cómo irá montada la escenografía en la sala. Ante los ojos y la experiencia de los miembros del Colectivo Zoológico, aquello era pura disciplina alemana. Y bueno, como dice el refrán, “donde fueres, haz lo que vieres”. Frente a esto Laurène concluye: “Para lo que nosotros queremos hacer, eso no es lo ideal, porque el peso de la institución es muy grande”. Aunque ambas concordamos con que en Chile hay mucho que hacer para que el teatro y quienes trabajamos en él podamos vivir más profesionalmente de lo que hacemos, también estamos de acuerdo en que ese espacio y esa libertad, aunque precarios materialmente, son muy valiosos en términos creativos, porque el teatro adquiere un cariz de resistencia.
Por Amparo Saona, Actriz y Licenciada en Letras UC, Pasante Arde