Saltar al contenido

Entrevista a Marco Layera para Escenas de lo político: cartografía del teatro político chileno

Facebook
Twitter
WhatsApp
Compartir:
Entrevista al director teatral Marco Layera sobre sus procesos de creación escénica

Como parte de la investigación «Escenas de lo político: cartografía del teatro político chileno contemporáneo», el equipo de investigadores conformado por Cristian Flores (Teatro Los Barbudos), Katha Eitner (Colectivo Arde) y Valentina Chávez, entrevistaron al director teatral Marco Layera, fundador de la compañía la Re-Sentida.

Esta entrevista como la del director Marcelo Leonart están por escrito, mientras que las otras nueve entrevistas a directores que componen el estudio se pueden escuchar en el canal de Youtube de Los Barbudos.

Equipo investigador (E): Para partir ¿defines tu trabajo de dirección teatral como teatro político y por qué?

Marco Layera (ML): Uno suele partir de la base de que todo teatro es político. Pero si todo el teatro fuera político, ningún teatro sería político a la vez. Desde ahí yo me considero, antes que un director de teatro político, como un sujeto político. Ese sujeto político que puede ser un ciudadano al que le importan los temas que nos convocan como sociedad, trasciende e impregna todos los ámbitos de mi vida, dentro de los que está la dirección teatral. Así me podría definir como un director de teatro político, no perse sino porque soy un sujeto político, soy un ciudadano y eso impregna todas mis labores y mis roles, mis prácticas, y una de ellas es el teatro. 

E: ¿Y tienes algún tipo de definición para el teatro que haces?

ML: El trabajo artístico que realizo obedece a un contexto político, social y cultural en el cual yo habito, y mi práctica teatral tiene por objeto interpelar a una comunidad asentada en un territorio. Y esa interpelación busca ser una interpelación política que genere preguntas, cuestionamientos, reflexiones en torno a lo que somos como sociedad y lo que queremos ser como sociedad, así lo definiría yo a grandes rasgos.

E: ¿Y a qué te refieres con interpelar?

ML: Quizás es una interpelación política en torno a la construcción de la sociedad, cómo somos, qué queremos ser, de dónde venimos. Igual yo no soy quien para decir qué es teatro político y que no. Yo nunca me he definido como director de teatro político, si te fijas yo nunca he dicho que hago teatro político, sino que cuando empecé a hacer teatro se me etiquetó de esa manera. Nosotros jugamos mucho con esa etiqueta porque hacer teatro político es como una especie de aura en algún momento, como una capa de superhéroe y a veces también es una mochila super pesada. Nos movemos entre esas dos aristas, a veces me gusta definirme así y a veces no me gusta la etiqueta. Tampoco podría definir qué es teatro político o no entre nuestros compañeros artistas, eso depende de cómo cada uno entienda lo político. Pero creo que lo más relevante, lo más esencial y que trasciende es cuando una compañía o una obra es capaz de interpelar y generar comunidad. Para mí ahí está lo político. Lo político no está solamente en hacer una propuesta artística, sino que está en la práctica teatral misma, en trabajar en comunidad, en entender que el teatro es un ejercicio colectivo, que necesito del otro y que ese proceso de necesitar al otro es un proceso político. Y desde esa perspectiva también es político el con quién trabajas, dónde estrenas, etc. Para mí la esencia de porqué hago teatro es porque quiero hacer comunidad. Y esa comunidad se puede ir abriendo a otra comunidad más grande que es cuando te enfrentas al público. 

E: ¿Y cómo ha sido tu experiencia trabajando con comunidades que no son profesionales del teatro, con los Elencos Ciudadanos por ejemplo o con la obra “Paisajes para no colorear”?

ML: Hemos tenido la experiencia de trabajar con comunidades de distintas partes y son trabajos super bellos, más gratificantes a veces que con los propios actores que somos muy cerrados. Creo que en estos trabajos se logra la democratización de la escena, se logra cuestionar quiénes se pueden subir a escena y quién puede hacer teatro. Cuando empiezas a democratizar esos espacios y a trabajar con personas que no necesariamente tienen formación actoral, a trabajar con comunidades con un resultado artístico o con estrategias artísticas, ahí hay un gran trabajo y desafío político. 

Cuando trabajo me cuestiono todo, estoy habitando la contradicción y nosotros los artistas habitamos siempre la contradicción. O sea, antes cuando viajaba me daba vergüenza poner que era director de teatro. O de pronto uno hace una obra muy contestataria y rabiosa y después estás tomando champaña con un grupo super de élite y hablando cómo vas a arreglar el mundo y digo, chuta ¿pertenezco a este lugar? Siempre es una contradicción, siempre está la pregunta de cómo salir de las cuatro paredes en las que estamos encerrados. A pesar de que yo le tengo cierta fe al teatro, creo que el teatro es una herramienta de transformación social, aunque tiene un efecto acotado porque se vuelve elitista y es efímero. Entonces siempre está esa pregunta de cómo derribar las paredes del teatro, ¿cómo salimos de acá, de esta élite? Por esas preguntas después navegamos a “Paisajes para no colorear” que es una forma de trabajar que quiero seguir haciendo porque me parece bellísima. Fue un trabajo transformador para mi. Creo que lo más bello que puede provocar el teatro es cuando tu te transformas, cuando hay un antes y un después. A mi me pasó eso, lo pude vivir y me transformó, por eso quiero seguir trabajando ahí. Estos cuestionamientos me han hecho tomar esos otros rumbos, de tener un activismo, de participar en un grupo que hacemos intervención en la calle de manera anónima, sino no tendría sentido porque para mi la calle es el post espectáculo donde no necesitas autoría. Tengo la necesidad de salir para otras partes, salir del contenedor del teatro que es mi casa, y habitar otros espacios porque el teatro también tiene sus limitaciones. 

E: Cuéntame sobre tu compañía La Re-sentida y tu rol como director ahí. 

ML: Yo entiendo el trabajo que hago como director como un articulador de los saberes, de las presencias, de los elementos que están en un proceso artístico y que incluye desde compañeres hasta elementos técnicos. Es cómo articulas, conjugas, estimulas en pos de un decir colectivo. Yo no soy nada sin les interpretes, yo baso mi trabajo en sus personalidades, en su personalidad artística, hasta en su construcción física y emocional. Yo no soy nada sin las personas, en ese sentido mi trabajo es colectivo, es muy colectivo. 

La compañía nace después de que yo egresé. Tuve la aventura de estar en distintas escuelas de teatro y conocer gente con quienes logramos conectar en cómo entender el teatro. Y cuando egresé, convoqué a un grupo de compañeres que venían de las distintas escuelas en las que había estado, con los que teníamos esta afinidad y teníamos este sentimiento de estar, de encontrarnos heridos, rabiosos, resentir, volver a sentir desde la distancia y esta herida que no cicatrizaba que tiene que ver con el contexto social y político en donde uno nace. Vivimos la transición, el proceso de la transición a la democracia, a una democracia pactada y nos sentimos absolutamente rabiosos pero con dolor, y para nosotros el teatro tenía que ser este vómito. Esto coyunturalmente se sitúa en el año 2006-2007 cuando estaba muy próximo a la celebración del bicentenario, ¿te acordai?, entonces estaba toda esta voz oficial, la oficialidad, los aparatos del Estado que querían celebrar a un país triunfador, a un país igualitario, un país democrático, un país pionero en materia económica, social, diverso, era una gran celebración de la independencia de esta nación. Y siempre haciendo un relato, que es interesante lo que pasa con el estallido, de una construcción histórica en base a una connotación bélica, nuestros héroes, la guerra es la que nos acerca, ellos son nuestros héroes, era una identidad en base a un relato bélico, a esa ética bélica de Chile un país ganador, y también a la ética de Chile como un país triunfador económicamente, un país consumidor. Y frente a esas voces oficiales, nosotros nos reunimos a decir que estamos en desacuerdo, no creemos que tengamos que celebrar este cumpleaños, porque no solamente somos eso, sino que tenemos muchos lados oscuros, recovecos y hay muchas deudas pendientes. Ahí empezamos una investigación sobre esta identidad de Chile que cuestionamos, eso de “Chile, el país de unos pocos” que lo relacionamos con el teatro que también es de unos pocos, la escena es de unos pocos. Y ahí seguimos investigando sobre la transición, donde la desigualdad y la impunidad atraviesan transversalmente a la sociedad, porque en el fondo lo único que hizo esta transición democrática fue administrar el sistema dejado por la dictadura, y la izquierda abandonó los principios y la mochila ideológica, se oficializaron y por esto esta huevada reventó 30 después. Y es super bonito porque imaginate, en esos años nosotros hablábamos de estos temas. Me acuerdo de una escena donde había un migrante peruano, que esa migración había comenzado fuerte en esa época, que estaba entrando una tele a una casa y le dispararon porque pensaron que estaba robando. O también de una que tomaba el caso de estos niños que se ponían a tirar piedras a los autos que pasaban en las nuevas autopistas por puro resentimiento. Entonces era como hacer un paneo material que nos diera cuenta de ese Chile que no queríamos ver ni celebrar. 

Me acuerdo que la idea de “Simulacro” era que todos salieran a incendiar la calle, metafóricamente hablando, que salieran rabiosos. Y me acuerdo que nos fue super bien pero no se daba esa rabia que buscábamos. Cuando aparece algo que está digamos fuera de la norma, algo que es más provocador, que es peligroso, aparece la cultura, te agarra, te toma, te higieniza y te presenta como lo novedoso y de peligroso no quedó nada. Y es un proceso que pasa siempre,  la cultura te agarra, te higieniza por más radical que seas y te vende como algo nuevo. Y claro nosotros que queríamos ser muy punkis, dejar la caga, claro al final era como aplausos, viajes, era todo lo contrario. Y por ahí viene de nuevo todo el cuestionamiento que estaba hablando antes. ¿Cuál es la función de hacer teatro hoy en día? Ahí aparece “Tratando de hacer una obra que cambie el mundo” con la que cuestionamos nuestra utopía, nuestro oficio. Es una sátira sobre nosotros, sobre nuestras intenciones, nuestros referentes, sobre lo que nos decían en la escuela. Y todo esto en un contexto social donde por primera vez había salido Piñera, entonces esta obra éramos nosotros mismos ficcionados que nos metimos en un subterráneo a hacer una obra que realmente modifique las estructura sociales, porque arriba salió la derecha. 

Es interesante también, porque empezamos desde esos años a cuestionarnos los lenguajes. Para esa obra yo tenía en la cabeza que no quería que la atmósfera la hiciera la música, sino que la construyeran solo los textos, las palabras y habitamos esa especie de realismo. Es interesante porque ahí empezamos a probar lo que terminamos haciendo después que era traer la realidad a la escena, cómo la realidad irrumpe en escena, que es lo que trabajamos después de manera más radical con “Paisajes para no colorear”. Está todo súper conectado. 

E: ¿Y cómo es la metodología de trabajo con tus compañeros de la compañía? ¿parten de un texto, desde ideas? 

ML: Primero trabajo la idea y el concepto, entonces yo parto con ese motor. Hago una conceptualización, tengo una idea y que se relaciona con una serie de materiales que pueden ser gráficos, literarios, filosóficos, audiovisuales. Y todo eso lo llevo a una especie de cuadernillo que entrego antes de partir. El nombre siempre está desde antes y a partir de ahí, de esta idea, de estas frases, de estas imágenes que tengo ahí, que creo que pueden tener una unidad, se las planteo a los compañeres. Entonces empezamos un estudio y una búsqueda en torno a ese material y a lo que pueda evocar. Ahí comienzan a sumarse otros materiales que proponen los compañeros. Se hace una especie de grupo de investigación que voy guiando. Nos sentamos mucho en la mesa a conversar, durante mucho tiempo. A veces decimos que parecemos una radio como pasamos mucho tiempo discutiendo y conversando. Después de ese proceso parte otro que es pasar a la escena. Trabajamos con mucha muestra, yo pido mucha muestra, mucha muestra individual y con mucha improvisación y ahí se van sumando capas. Desde afuera voy viendo un hilo que pueda servir, que pueda conectar con el material que vi, con el material que propusieron los compañeros. 

E: Armas entonces un material dinamizador. 

ML: Claro, es como una especie de biblioteca. Y después viene el proceso de reducción para que aparezca el texto de la obra. Y durante todo el proceso voy escribiendo y reescribiendo. Cuando entrego el texto inicial hay textos que van sí o sí, pero también propongo muchas situaciones que yo me imagino que quiero trabajar, son como 20 o 30 situaciones. Con “Paisajes para no colorear” fue un trabajo de escritura super de reescribir, ensayar, borronear, volver a escribir. A diferencia de “La Dictadura de lo Cool” que el texto lo hicimos las tres últimas semanas. No estaba listo el texto, lo chutié para el final, como que no quería, no quería y al final, el día antes del estreno, teníamos el texto listo. 

E: ¿Crees que existe una tradición de una escena política en Chile? ¿Te sientes parte de ella? ¿Tienes algún referente?

ML: Yo creo que tenemos una tradición de teatro político, sin duda, si pensamos en el teatro que se desarrolla en las salitreras, en los 50´s, los 60´s, en la UP, en dictadura. En los 90 creo que hay como un vacío, parece que el enemigo ya no era tan claro cuando volvió la democracia. Quienes hacían teatro ya no sabían cuál era el enemigo, dónde había que atacar, ahí quizás hay un vacío de sentir ¿y qué hacemos ahora? En este nuevo contexto es volver preguntarse de qué hablar, qué teatro hacer. 

Una de las primeras obras de teatro que me marcó absolutamente y que me hizo estar tan ligado al teatro fue «Gemelos» de La Troppa. Alguien me puede decir que eso no tiene nada de político, pero yo discrepo porque cuando te metes al texto, al libro “Claus y Lucas” de Agota Kristof, es un texto súper político y duro de la guerra. “Gemelos” la vi siete veces, estaba absolutamente impactado, una de las cosas más maravillosas que he visto en la vida. La “Negra Ester” es otra obra que me marcó de niño. No sé si son obras que podemos etiquetar como teatro político, pero son obras que me marcaron, que encontré bellísimas, trascendentes. Lo que me gusta mucho también es la dramaturgia de Guillermo Calderón, la encuentro impactante, sublime. Te podría nombrar muchas cosas, creo que hay super buen teatro en Chile porque sin duda venimos de esa tradición, no hay que negarla. 

También tenemos lo que hacía Pedro Lemebel que es impactante. Para mi Pedro Lemebel, a pesar de que no es dramaturgo ni del teatro, como artista sobrepasa a cualquier dramaturgo, él trasciende absolutamente con las Yeguas del Apocalipsis, para mi él es el referente máximo, pero no de teatro político sino como artista. Y me impacta más que cualquier otro teatrista sin duda, por su personalidad, su coherencia. Otro también bueno, un performer maravilloso que me acuerdo que iba a ver con mi mamá, el Carlos Letti. 

E: Para terminar, ¿podrías esbozar algunos conceptos que crees que el teatro contemporáneo chileno ha puesto en disputa sobre lo que se pensaba? 

ML: Hablando desde nuestra experiencia, cuando partimos por ahí el 2007, el teatro que había era muy parecido. Los jóvenes hacían Ibsen o estos grandes referentes que los profesores te decían que había que hacer. Creo que nosotros empezamos con un discurso generacional, con cierta desfachatez y a desacralizar el hecho teatral, creo que eso puede ser un legado que se nos puede reconocer un poco, sobre todo en ese contexto que era tan conservador y en el que existían muy pocas compañías jóvenes. Creo que ese es un legado, nos sentimos pioneros en eso, en proponer un teatro generacional, un teatro colectivo o que naciera de lo colectivo.